Vuelve a hablar, madre, cuéntame esas cosas de brujas y naguales
las mismas que en la revolución
le contaban a tu tata.
Anda, canta el arrullo
que le gusta a tu nieto:
Chinchiriñeco, chinchiriñeco
Mató a tu muñeco
¿Y por qué lo mató?
Porque estaba culeco
Mira, ya se duerme, le gusta tu vozgrillo
y tus manos veladoras.
No pares, madre
toma sus deditos
y colócalos
en tu corazón-árbol
con semillas de sombra.
¿Te arrimo el pan-puerco
Para que cures su empacho?
No cierres los ojos madre.
¿Te sobo las manos frías?
Que se lleven tu cuerpo
pero déjame aquí tus manos mías;
sabias de herbolaria.
Déjame desenterrarlas, madre,
para que cures mi locura.